Gritos de silencio



Ahora me doy cuenta de que he gritado en silencio, sin sonido, sin eco, sin voz.
Nadie ha recogido mi lamento.
Puse mi corazón como escudo ante el viento demoledor del olvido, ante la duda y el desconcierto, ante las olas de la tristeza. Y ahora me siento indefensa y desnuda. Mala idea fué creer y soñar. La confianza en la humanidad de nuevo me vuelve la espalda.
Pero me queda el útlimo esfuerzo: yo, lanzo mi botella al agua. La sigo con la mirada impulsándola, añorándola ya, mientras flota a duras penas entre las corrientes. La isla se me ha quedado demasiado grande sin remedio, toda para mi. Transfiero mi esperanza a ese cristal que en las aguas se mece sin cesar, cantándose para si, para mi. Ya mi escudo ha dejado de existir. Mi ser es ahora transparente y frio al tacto, como esta botella, como este mundo silencioso en el que grito sin obtener respuesta.

Siento, amigas, tanta pena acumulada delante de mi ventana. Últimamente ni he podido asomarme para ver si era noche o día. Me he puesto a la faena, muy cuesta arriba, y he limpiado un par de cristales. Espero poder ahora respirar, al menos, ver un poco de luz y oler el aire invernal.
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