Tiempo de nada


No puedo perder tiempo en dormir...
es claudicar y dejar que se escape el día. 

Un día como otro cualquiera, anodino, triste, solitario. 
Pero no quiero que se vaya aún. Sería aceptar la detorra. Dejar que se escape sin haber hecho nada en absoluto por deternerlo, por darlo por vivido.  
Es el apéndice del libro. Pasé página sin darme cuenta de que no había ninguna otra. 
El papel se agota y la tinta se seca. Pero yo no quiero, aún con todo el coraje y el calor enfriado, dejar que se desmadeje el día, que ya por su cuenta y riesgo, pasó cansino hora tras hora delante de mis propios ojos, por entre mis frías manos, sin pena ni alegría. 
Sólo desde el alero, oculto a la mirada y a la noche, observa único el vacío. 
Este vacío amigo que tanto me acompaña y me susurra. El cansancio me agota y ya no entra ni sale la ilusión del baúl viajero que queda al final del día a los pies de mi cama. 
La habitación del alma la ocupa ahora indiferencia simple y clara, como la lluvia ahora menuda, como las lágrimas ahora ácidas.  
Ni música ni contrastes. 
Ni caricias ni abrazos. 
Ni sonidos de voces amigas. 
No puedo perder el tiempo en nada más... solo hay un resquicio para escapar, y tengo que encontrarlo antes de que amanezca.
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